Era
una demencia lo que nos estaba ocurriendo, los drones se sucedían como golondrinas
en el cielo cerrado. El sol había desaparecido. Perdía la noción del tiempo.
Estábamos incrédulos, sin saber qué hacer, si echarnos a correr despavoridos o
en cambio inmovilizarnos, como los tantos troncos que nos rodeaban y,
bondadosamente, nos ofrecían resguardo. Nos manteníamos estáticos. Erchudichu, en
cambio, iba y venía a ras del suelo como un helicóptero. No podía sortear tanto
asedio. El fragoroso sonido de los zánganos se prolongaba cual tormento. Era
tan ruidoso que tambaleaba como un ebrio. Nunca en la vida había presenciado
semejante suceso. El gato Astor se restregaba contra mis tobillos. Si maullaba
no lo escuchaba. Estaba alienado. El caballo se perdía de vista entre unos matorrales.
No me importaba. Ya nos había hecho padecer demasiados contratiempos como para
encima cuestionar su paradero.