martes, 12 de julio de 2016

EL BOSQUE DE LOS SORTILEGIOS (EPISODIO #216)


Mi boca olía a perro muerto pero en aquel bosque no teníamos derechos. Incorporándome avanzaba unos pasos para tomarla de los brazos y besarla hasta el agotamiento. Ella acariciaba mi espalda y me empujaba hacia sus pechos, como queriendo adentrarme en sus sentimientos. Tenía ganas de hacerle el amor. Todas las luciérnagas giraban alrededor nuestro. Pese a ello no escapábamos de nuestro encantamiento. Ni los relinchos del caballo, ni los maullidos del gato, lograban despegarnos.
    ¿Por qué tardaste tanto? —sorprendía ella, sin soltar mi cuerpo.
    Jamás podrías creer lo que he afrontado por querer cazar un cerdo. ¿Comieron?
    Más de lo esperado, el indio tiene poderes mágicos.
Ya no nos besábamos pero nos abrazábamos, asombrados por esa corona de insectos que con sus luces verdosas no cesaba de circundarnos. También el mono comenzaba a dar giros. Como si tanta extrañeza no bastara, se sumaba nuestro zángano, dando vueltas enteras más allá del cerco. No podíamos evitar reírnos pero algo muy extraño irrumpía en el cielo negro para dejarnos perplejos.



FIN DEL CAPÍTULO III

FIN DE “EL BOSQUE DE LOS SORTILEGIOS”

Continuará… en otra bitácora:

 

domingo, 10 de julio de 2016

EL BOSQUE DE LOS SORTILEGIOS (EPISODIO #215)


Mi caballo resoplaba de cansancio. Interrumpía mi descanso. El músculo de la pantorrilla izquierda se me había acalambrado. Me mordía los labios. No se veía casi nada pero había troncos y ramas por todos lados. Con cuidadoso esmero abandonaba su lomo sudado. Un paso en falso podía costarme un nuevo calambre, indeseado. Con mis dedos delgados recorría su cuello encorvado. Sus orejas tiesas me hacían a un lado. Finalmente había aprendido a quererlo, o él se dejaba querer, que no siempre es lo mismo. Era un tanto tozudo pero me había salvado. Repentinamente oía voces humanas. Se acercaban desde algún lado. La noche nos escudaba pero los relinchos de Ringo podían exponernos a riesgos innecesarios, en un bosque que por cierto desdeñaba todos los límites determinados. Sonaba un maullido. Mi corazón latía a un ritmo vertiginoso. De pronto arribaba la voz de mi amada. Me estaba nombrando. ¡Acá estamos!, exclamaba yo con entusiasmo. Se la oía conmovida. Atravesando ramajes buscaba sus brazos, ansiando fundirme en su abrazo tan deseado. Una borrasca de viento tibio me daba en la cara. Erchudichu sobrevolaba mi frente transpirada. Su inconfundible zumbido me indicaba que estaba encaminado. En la oscuridad relucían los ojitos de Astor. No podía confundirlos. Después de muchas horas volvía a dibujar una sonrisa en mi rostro demacrado. Se oían los chillidos del mono. Parecía mentira, Ringo no sólo me había salvado sino que además me devolvía todo aquello que creía extraviado. Astor estaba ronroneando. Arrodillándome en la superficie aguardaba el contacto. Necesitaba tocarlo. Con sus garras rasguñaba mis brazos. ¡Había temido perderte!, expresaba aliviado. Alguien se estaba acercando. Un sinnúmero de luciérnagas giraban alrededor de sus brazos, desprendiendo una luz fosforescente que lentamente resaltaba sus labios. Era el indiecito, venerando algo sagrado. De pronto se hacía a un lado y como en un cuento mágico reaparecía Sofía, con las manos en el pecho y esa sonrisa tan bella que hasta el día de hoy me sigue embelesando.


EL BOSQUE DE LOS SORTILEGIOS (EPISODIO #214)



Ringo me había rescatado. Los amigos pueden ser fuertes cuando uno no puede serlo. La noche victoriosa caía sobre nosotros. En aquel bosque todo era un obstáculo, pero yo seguía cabalgando, subido al lomo de un potro tan leal como mi gato. Echando mi pecho en el cuello del caballo cerraba los ojos, librando mi destino a los cascos de ese equino que en buen momento ya consideraba un aliado.


EL BOSQUE DE LOS SORTILEGIOS (EPISODIO #213)


Más allá del escalofriante filo de sus espinas, un caballo aparecía. No estaba alucinando: Ringo galopaba en mi rescate, con la fuerza de un titán por detrás de la planta carnívora. Estaba emocionado. Sin embargo la flor maldita se me venía encima, abriendo sus pinzas para perforarme con el filo tétrico de sus espinas asesinas. Estaba impávido, Ringo venía por mí para salvarme, como esos felinos que con el brillo de sus pupilas, iluminan. No más de cinco metros me preservaban de la planta carnívora. Mi potro valeroso le sacaba ventaja. Salía del hoyo. Tenía que lanzarme sobre su lomo antes de que la planta me convirtiera en su comida. Ringo pasaba a mi lado. Yo saltaba para aferrarme a su musculatura. Lo había logrado. Con la cabeza gacha ojeaba la flor vencida, que lentamente se detenía, tal vez confundida. El caballo se alejaba con rumbo incierto, llevando consigo una promesa cumplida: liberarme de lo que seguramente terminaba siendo una carnicería.


sábado, 9 de julio de 2016

EL BOSQUE DE LOS SORTILEGIOS (EPISODIO #212)


Sorpresivamente hallaba sosiego para mi ánimo. Levantando la mirada descubría que todas las ramas se habían encorvado. Me aliviaba saber que las raíces se habían retirado. Todo se había normalizado, pero de pronto comenzaba a oír sonidos extraños. Y con esos sonidos irrumpía desde el hoyo un ser misterioso. Medía no menos de un metro de ancho. Parecía un tallo. Era verdoso. Una inmensa flor espinosa salía de la tierra para dejarme impresionado. Su boca era tan grande que si quería podía engullirme de un bocado. Se arrastraba por la superficie como una iracunda serpiente dominada por el odio. Parte de su tallo seguía enterrado en el hoyo. Estaba muy nervioso. El montículo de tierra que alojaba mi cuerpo se estaba desmoronando. Me había arrodillado. Repentinamente la tierra se abría y con ella caía al pozo. Manoteando el tallo evitaba caer en las profundidades del hoyo. Con la poca fuerza que me quedaba trepaba por el tallo. Era bastante pegajoso. Sacando la cabeza del hoyo le echaba un vistazo. El monstruo se desplazaba en dirección a mis ojos. El sudor me mojaba todo. Apoyando los codos en la superficie lograba sacar medio cuerpo. La planta tenía pinzas espinosas. El miedo entumecía mis miembros. Mi mente quería mover las piernas pero los pies seguían quietos. Son esos instantes en que uno se siente un estorbo. Mi reacción se limitaba a un silencio estólido.