miércoles, 18 de mayo de 2016

EL BOSQUE DE LOS SORTILEGIOS (EPISODIO #146)


A paso lento, buscaba recorrer la misma senda. No había drones en el cielo, pero sí los había en la tierra: miles de zánganos aterrizaban entre el puente y mi boca media abierta. Estaba asombrado, el despliegue era digno de una novela bélica. Aquellos aparatos eran de los nuestros. ¿De los nuestros? Tenía miedo. Era por eso que ocultaba mi cuerpo con el tronco de un ceibo. Astor maullaba entre mis piernas. No dudaba en alzarlo para evitar que pudiera meternos en nuevos problemas. Si esos aparatos detectaban nuestra presencia, probablemente éramos boleta. Cubrían toda la planicie. El menos distante estaba ubicado a unos cien metros. Aterrizaban y apagaban los motores, para luego descansar como halcones. ¿Qué podíamos hacer? Inevitablemente recordaba los despiadados aparatos que habían destruido mis pertenencias. Ya no confiaba en nadie, salvo en el gato y mi compañera. Y en el indiecito, porque nos había salvado la vida. “Es tiempo de retirarnos”, le decía al gato como si comprendiera. Él respondía con ronroneos, frotándose contra mi pecho con sus orejas. Sin embargo me estaba orinando. Usando la mano derecha me las ingeniaba para abrir la cremallera de la bragueta. Sin darme cuenta marcaba el territorio como un león de otras praderas.