Mis
bíceps respondían a la perfección, ni yo podía creer el amor que tenía en mi interior,
arrastraba mi cuerpo y lo elevaba, sin mirar hacia atrás. Necesitaba usar las
piernas para prenderme como garras a la rama. Me sentía un mono, en una selva,
muy extraña. Apenas morábamos en un bosque lo suficientemente grande como para
albergar a toda una ciudad. Me colgaba de la planta. Astor ronroneaba, tal vez
intuyendo mi voluntad de avanzar. ¿Cómo olvidar su mirada? Penetraba mi alma.
Metros arriba mi chica llorisqueaba, completamente desahuciada. ¡No temas!, la
alentaba superando la rama. Las gotas de sudor esculpían mi cara. Enroscándome
como una serpiente perseguía girar alrededor de la rama. Necesitaba fijar la
entrepierna, luego montarla. Lo estaba logrando. En buen momento mis brazos
descansaban. Estaba agitado. Suspiraba. Los primeros metros ya eran una prueba
superada. Restaban no menos de quince metros para poder salvarla, pero la
amaba, y eso me bastaba.