—
¡Por el amor de Dios, decime que esa cosa horrenda es ficticia! —se alarmaba
ella, con la lengua del bicho lamiéndole la oreja.
—
¡Es una serpiente! ¡Vamos, no vaciles más, dame tus manos y soltate!
—
¡Es que no puedo! ¡Caeremos!
—
¡Si no lo haces y caes, te juro por Astor que me tiro de cabeza!