— ¿Y eso… qué es? —se preocupaba, siempre de espaldas a la extrañeza de
aquella cosa tan pavorosa como dantesca.
— ¿Eso? Parecen abejas.
— ¡No!, ¿otra vez esos insectos? En realidad trepé la rama por miedo a
que me picaran.
Para males la serpiente caprichosa apretaba con más fuerza.
— Tengo la impresión de que la naturaleza conspira en contra nuestra
—comentaba yo por lo bajo, de frente a la suerte adversa.