—
¡Milo, explicame qué está pasando!
—
No hagamos nada, dejemos que la máquina se encargue de espantarlas.
Efectivamente
las abejas no eran tan osadas porque iniciaban la retirada. Nuestro zángano no
cesaba de dar vueltas como un furibundo torbellino. No frenaba, al contrario,
aceleraba. Intentaba seguirlo con mi mirada cansada y me mareaba. El zumbido se apagaba, nuestro caballo se tranquilizaba. Ya no relinchaba.
Tampoco cabeceaba. Ni siquiera habíamos frotado una lámpara mágica.