Mi
advertencia funcionaba, lentamente aflojaba los dedos de la rama. Su
respiración entrecortada erizaba el vello de mis piernas. Estaba juntando
fuerzas, pero repentinamente la rama volvía a crujir, resquebrajándose más de
la cuenta. Indudablemente la serpiente no podía resistir tanto peso. La
situación era crítica, tanto que de los nervios me mordía la lengua. No sabía
qué hacer, sin embargo mi brazo seguía ahí, firme, protegiéndola.