Nuestros labios se besaban, apasionados. Con mis manos envolvía su nuca
mientras ella dejaba caer los brazos, pese a que la serpiente continuaba
apretujándonos. Un torbellino de sentimientos me suspendía en un cielo imaginario.
El amor puede hacerte sentir tan ligero como un viento huracanado. Sus suaves labios me
seguían elevando. Poco a poco nuestras lenguas se iban enroscando. De pronto el
niño indio advertía algo desde el pasto. Vociferaba, dando torpes saltos. Sin
despegar mi boca de sus labios abría los ojos para poder avistarlo. Todas las
serpientes que lo rodeaban huían hacia un mismo lado. El niño alzaba los brazos,
como si buscara ordenarnos que bajáramos. Un zumbido raro finalmente comenzaba
a despegarnos. El gato Astor bufaba, mostrando enfado, encrespando tanto su
pelaje que hasta parecía extraño; en cambio la serpiente no cesaba de apretarnos,
tal vez por confundirnos con el árbol.