—
¡Nos van a matar! —sorprendía mi compañera, volteándose por vez primera.
—
Calma, mantengamos la calma, ellas perciben nuestro miedo.
—
¡Es que nos están cercando para asesinarnos!
Por
desgracia estaba en lo cierto, poco a poco nos iban asediando, como una cuerda
macabra que a paso constante se iba cerrando para ahorcarnos. Encima el zumbido
se hacía muy incómodo y molesto. Esas abejas estaban frenéticas de rabia. Sus
aguijones eran carniceros. Tal vez habíamos invadido su territorio. El caballo no
avanzaba, pero cabeceaba para todos lados. Apenas se oían sus relinchos, y eso
que hasta el hartazgo los estaba lanzando. En ese ínterin reaparecía
Erchudichu, como un ángel guardián descendía desde el cielo ennegrecido para
meterse en nuestro círculo sangriento. Nosotros lo observábamos, incrédulos. ¡Santo
universo, comenzaba a girar alrededor nuestro! Demoraba cuatro segundos en
completar el giro. Los había contado. Milagrosamente las abejas asesinas
detenían su avance cruento. Parecíamos la Tierra y el zángano nuestro satélite
bueno, evitando el impacto de un asteroide gigantesco.