domingo, 22 de mayo de 2016

EL BOSQUE DE LOS SORTILEGIOS (EPISODIO #152)


El gato Astor trepaba, fijaba sus garras en la corteza y avanzaba, como si nada pasara. Metros abajo el niño indio merodeaba, sacudiendo tanto los brazos que por momentos me hacía pensar que podía revolotear. Tenía que trepar el árbol colosal. Echando mi pie derecho en cada rama, tanteaba. Metros arriba, Sofía lloraba. Yo avanzaba y el gato se pausaba, aguardando con una parsimonia que les juro me llegaba a deslumbrar. Unas hormigas cortadoras de pasto se enfilaban por el tronco pardo. Para mi calma eran inofensivas. Me había propuesto no mirar hacia atrás. La infancia me ha deparado una experiencia horrenda que quizá en otro momento pase a narrar. Los llantos de mi amada, atormentaban. Ya no pataleaba. Estaba colgada de la rama con la cabeza gacha. Era tan bella que de haber sido mosca la hubiese querido igual. Sudaba. Poco a poco prosperaba en la escalada. Por cierto nos distanciaba una decena de metros, con ramas enmarañadas.