sábado, 21 de mayo de 2016

EL BOSQUE DE LOS SORTILEGIOS (EPISODIO #150)


— ¡No te muevas! —le ladraba aterrado, alzando los brazos como un pavo.
— ¡Me gustan las alturas! ¿No lo sabías? —retrucaba ella, acrecentando mi desesperación.
Su comportamiento errático me exasperaba en cantidad, sin embargo tenía que ocultar dicha irritación: temía que reaccionara con torpezas, perdiera luego el equilibrio y finalmente se desprendiera de la rama como una hoja otoñal. Un paso en falso implicaba su final. Me preocupaba que saliera ilesa. La rama podía quebrarse. Si bien ella era delgada, la madera podía estar enferma. O bien se podía desvanecer. Su caída al vacío era mortífera, letal. No podía soportar semejante pérdida. Al igual que las hormigas éramos un equipo: todos para uno, y uno para enfrentar los miedos y la oscuridad. La amaba, la quería, su desaparición física también significaba mi final. Moriría a su lado, abrazado a su cuerpo sin vida como en un cuento funesto de muerte y horror. Esas oscuras sensaciones carcomían mi calma mientras la miraba con estupor. Me acercaba al tronco del gigante vegetal. El gato maullaba. Por momentos me miraba con sus ojos hechiceros, como preguntándome: se va a caer, ¿no harás nada? ¿Qué podía hacer? Le temía a las alturas. En esos instantes el niño indio sorprendía por detrás con una exclamación. No lograba captar su mensaje. Se había parado pero no se movía, levantando los brazos en dirección al Sol como si quisiera abrazarlo, pero otro grito desaforado caía desde las ramas para rebotar en la superficie y sumergirme en el terror. La rama se había partido y Sofía pataleaba, colgada de la rama superior. ¡Por favor, ayuda!, suplicaba con la voz entrecortada. El gato comenzaba a trepar. Alcanzaba la primera rama. De pronto se detenía. Se volteaba. Parecía un león. Sus orejas, inclinadas hacia delante, estaban paradas. No hablaba. Su coraje me cautivaba, me forzaba a superar mi sensación de angustia y malestar, y eso mismo hacía, aferrándome a la primera rama. Padecía vértigo pero nada me detenía, el amor era mi fuerza y mi motor.