¡Bajemos,
corramos, huyamos!, se impacientaba, viendo como el enjambre macabro desarmaba
el cerco de insectos que nos tenía acorralados. Parecía mentira pero sus caprichos
equinos nuevamente impedían nuestra salida. Estaba estaqueado el desgraciado, y
Erchudichu seguía girando. El indiecito voceaba, malhumorado. Por mi parte tiraba
talonazos pero Ringo los desobedecía, con una indiferencia que hasta me brotaba
sarpullidos. Solamente levantaba las orejas y en ocasiones giraba el cuello, en
clara señal de desafío.