Ya
llevaba no menos de un cuarto de hora huyendo del cerdo. Me estaba consumiendo.
La fiera no me daba tregua, sin embargo sus gruñidos perdían fuerza. Su
herida se abría y le quitaba braveza. Era consciente de que no había atacado un
puerco. También sabía que había cometido un error serio: me había alejado del
camino, mi único punto de referencia entre tanta vegetación densa, pero no
había tiempo para retrocesos, si me detenía podía terminar en las nefastas
mandíbulas de la desalmada bestia. Qué tan peligroso era aquel bosque, en su
hábitat la vida exigía demasiado esfuerzo.
Autor: Juan Manuel Giaccone / Contacto: giacconecontadores@gmail.com
jueves, 30 de junio de 2016
EL BOSQUE DE LOS SORTILEGIOS (EPISODIO #199)
¡Corre,
Milo, corre!, me arengaba en silencio para mantenerme enérgico. Mi valeroso
espíritu seguía latiendo. A pesar de tanta hambre, llevaba conmigo un tigre
apuesto. El cerdo asesino no cesaba en sus intentos de hacerme su almuerzo.
Estaba colérico, me lo hacía saber con sus gruñidos violentos. No quería
voltearme, en la superficie había troncos y las ramas caían por todos lados
para tumbarme en el suelo. Tenía que estar atento. Si caía, efectivamente terminaba
siendo su alimento. Me estaba alejando de mis compañeros. Podía perderme en un
bosque inmenso pero sabía que su pata presentada una herida y, tarde o
temprano, fracasaría en el intento.
miércoles, 29 de junio de 2016
EL BOSQUE DE LOS SORTILEGIOS (EPISODIO #198)
Me
sentía un perro de caza, no vacilaba, poco a poco lo intimidaba. La bestia
gruñía, desaforada. Pese a su bravura, no atacaba. Sus colmillos no me
amilanaban. Yo tenía hambre de días, estaba dispuesto a todo con tal de echarlo
a las brasas. Tan sólo necesitaba perforarle la panza. 1, 2, 3, contaba en
silencio, y sin pensarlo disparaba la lanza. Sus reflejos habían logrado que el
filo del palo no diera de lleno en la pata. Se desprendía, en un suspiro mi
lanza era pisoteada por la bestia desgraciada. No lo podía creer, la bestia volvía
a gruñir, endiablada. Lentamente acortaba distancia con su mirada llena de
rabia. La pata le sangraba. Desesperado me volteaba para correr en dirección a
la nada. El apestoso jabalí quería venganza, oía sus zancadas, machacaban mis
esperanzas. Mi vida peligraba, lo único que importaba era correr, esquivando
ramas enmarañadas.
martes, 28 de junio de 2016
EL BOSQUE DE LOS SORTILEGIOS (EPISODIO #197)
Arruando
cual cerdo intimidado, la bestia salvaje arrimaba su enfado. Estaba aterrado,
su castigo era inminente. El pánico me paralizaba. Como podía, me
arrodillaba. Manoteando la tierra buscaba mi lanza. La tocaba. Todo sucedía con
una lentitud que arrollaba. Cuando finalmente lograba sujetarla, el gato sorprendía
a mis espaldas abalanzándose sobre su jeta alargada. Mi cuerpo temblequeaba.
Cabeceo mediante el jabalí lo expulsaba. Astor volaba. Oyendo sus maullidos de
espanto, retrocedía hasta una planta. La bestia asesina me clavaba en los ojos
su mirada llena de rabia. Sus colmillos me revolvían la panza. No tenía sentido
huir como una rata. Apuntándole la lanza, buscaba amedrentarlo y avanzaba.
EL BOSQUE DE LOS SORTILEGIOS (EPISODIO #196)
Intentaba
apartarme del caballo, también del gato, pero empecinados seguían mis pasos. El
jabalí merodeaba frente a mis ojos. Con su hocico alargado buscaba algo. Al
acecho levantaba mi lanza, con la mano derecha más allá del hombro. Nunca en mi
vida había arrojado un palo. Me sentía confiado. Mi paso lento se iba acrecentando.
Tan sucio estaba que me camuflaba con los troncos. De un árbol a otro me iba
acercando. Nos distanciaban diez metros. Tal vez menos. Tenía que pensar una
táctica. Si me acercaba demasiado podía espantarlo, entonces lo sorprendía
corriendo con la lanza en alto. A unos cinco metros de mi presa tropezaba con
la raíz de un árbol. Mi cuerpo caía al pasto. Una hoja seca se metía en mis
labios. El jabalí reaccionaba contraatacando. No tenía fuerzas para levantarme
y encima la lanza se me había soltado.
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